25 de julio de 2016

Un hombre sencillo

Un hombre sencillo. André Baillon. Errata Naturae, 2016
Traducción de Vanessa García Cazorla
"El alma es impetuosa; la carne, débil; y el cerebro, frágil."
Un hombre internado en el hospital de la Salpêtrière, Jean Martin, escritor, pone al corriente a su médico, mediante cinco "confesiones", de los hechos que le han llevado a su reclusión principalmente   por voluntad propia. A pesar de ser consciente de las disfunciones psíquicas de los demás internos y de largos períodos de lucidez en los que emite un discurso prácticamente coherente, Jean sufre desequilibrios perceptivos y de un alto grado de neurosis obsesiva, razón por la cual sus declaraciones poseen una lógica interna ejemplar, pero es en sus contenidos donde sus carencias psíquicas quedan manifiestas.
[Censura que hace Jean a su médico]: "[Usted] no tiene transtornado el juicio; sólo que sus opiniones son la expresión de una visión que ve en ángulo recto. Y, sin embargo, existen muchos otros ángulos, señor, que no puede usted captar desde el suyo."
La locura de Jean se manifiesta mediante la ingenuidad: el mundo es demasiado serio y demasiado severo para la sensibilidad de los individuos como él.

A pesar de haber llegado a París con una maleta llena de borradores, Jean, acuciado por la cotidianidad, es incapaz de escribir, sus proyectos sobrepasan su capacidad para ponerlos en marcha.
"Ser humilde, después de todo, no significaba nada."
Baillon pone en escena la paradoja de la torre de Pisa: si se realiza un encuadre de la torre con un ángulo de cuatro grados desde la vertical, la imagen resultante mostrará una torre perfectamente vertical elevándose sobre una pendiente inclinada de cuatro grados. 
"También pensaba. Si bien en general apenas hablo, siempre tengo muchas cosas que decirme. Esto así, me contaba historias a mí mismo. ¡Dios! ¡La cantidad de historias que me he contado!"
Jean sufre a menudo episodios de desdoblamiento de la personalidad en los que aparece un tal Martin que le sirve de interlocutor para aclarar sus dudas.
"Cuando uno ha vacilado entre el grifo que envenena y el agua purificadora, pese a las amantes que hayan venido después, uno conserva sus escrúpulos. O sus remordimientos."
La parte central del conflicto que Jean relata a su médico lo constituye el conflicto convivencial con su amante y con la hija de ella: las conductas de Jean pueden ser incluso delictivas, pero la inocencia con que son justificadas le dan un aire de ingenuidad que le sustrae el carácter penal y le dirigen claramente hacia el eximente de enajenación mental.
"¡Si supieras cómo me duelen las ideas que se agolpan bajo mi frente!"
Es este episodio de pederastia es, realmente, el que motiva el ingreso semi-voluntario, junto con una época en la que Jean se niega a ingerir ningún alimento.
"En el hospital -con los humildes, los sencillos- estaría en mi sitio. Estaba contento. Un hospital no es un refugio donde te meten una sonda. Igual que esos conventos donde los monjes alcanzan el estado de gracia, un hospital es un convento: el convento del sufrimiento que -como ese pan sin mancha que llevamos a nuestra boca; como esa agua que no desperdiciamos; como el cuerpo, templo del Espíritu Santo- es un don divino."
En definitiva: los delincuentes hallan la paz en la prisión; los "hombres sencillos", en el hospital mental.
"Cuando actúa para hacer el bien, la bondad, que de costumbre es suave, muestra al final de su brazo un puño vigoroso."
Un hombre sencillo (Un homme si simple, 1925) es uno de aquellos libros que consiguen inquietar al lector, no tanto por lo que dicen como por el discurso subyacente; en este caso, el acierto principal es dar la voz al protagonista -recuérdese al narrador de Alguien voló sobre el nido del cuco, afectado como Jean por una enfermedad psíquica, los procesos mentales que seguía y las justificaciones que hallaba para su conducta-, que nos informa también a nosotros, además de a su médico, de aquello que le perturba. Parece ser que Jean Martin, el hombre sencillo, un hombre cualquiera, tiene bastantes semejanzas con André Baillon, pero ese extremo no tiene ninguna importancia a la hora de valorar el libro como obra de ficción. Y ni falta que le hace.

Por cierto, absténganse corazones pusilánimes.

Calificación: ***/*****

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